Menos es más

Hace un tiempo estaba recorriendo la feria con mi hija y al pasar por un puesto que vendía juguetes nos paramos a ver. Pasaron los minutos pero ella no se decidía por ninguno y noto que al contrario de alegrarse y dsiifrutar se estaba poniendo ansiosa y triste. 

Le digo: “Elegí uno, alguno que no tengas, y lo compramos”

“Es que no se cual, no se cual”

“Cualquiera” le digo, “el que más te guste”

Pero ella se puso mal, más nerviosa, triste casi llorando y me dice gritando “Es que hay muchos!! Es difícil decidir!!”

Esta anécdota me hace recordar la paz y felicidad que me daban las innumerables vacaciones año a año en Cabo Polonio.

Año a año, verano a verano, volvía al mismo lugar, sin agua, sin luz, sin internet en aquella época. Y tuvo que pasar un tiempo largo para darme cuenta que además de la compañía de amigos lo que me hacía tan feliz era la falta de opciones.

Nuestro día se limitaba a la playa, las rocas, el pueblo, algunos almacenes, algún lugar para comer y nada más. Sin carteles publicitarios, sin nada que compitiera por nuestra atención más que el faro, las rocas y los lobos.

«La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos.» Platón

El mundo que creamos y seguimos conscientemente creando día a día es agresivo de forma directa en muchos sentidos. Guerras, hambre y violencia son un común denominador en la información que recibimos a diario. Pero hay una agresión que no notamos, a la que ya estamos acostumbrados y con la que muchas veces interactuamos placenteramente: la agresión sutil de la publicidad. 

En un mundo que necesita vender desesperadamente sin parar para no sucumbir, la premisa número uno de marketing es ahogar al consumidor con opciones y crearle por un lado la necesidad de acceder a ellas y por otro lado vergüenza si no lo logra.

Si transplantáramos a alguien de los años 30 a nuestra vida actual creo que lo primero que lo dejaría atontado es el bombardeo comercial que recibimos minuto a minuto. Aturde y confunde, y en el caso de mi nena entristece mucho.

Hace un tiempo y gracias a una charla TED me crucé con este chiste gráfico:

A primera vista pensamos que este pez está equivocado y que no tiene sentido lo que le dice a su hijo, pensamos “Que ignorante!”, para nosotros dentro de esa pecera nada es posible. Pero ese pez sabe algo que se nos pasa por alto: si rompemos el vidrio de la pecera para que tenga más opciones, para que todo sea posible, no tendría libertad, sería una muerte segura, desaparecería su felicidad y satisfacción.

Todos necesitamos una pecera, mi hija, yo, mis seres queridos, todos. Quizás la del chiste sea un poco chica, pero la ausencia de una pecera metafórica y estar expuestos al bombardeo agresivo de ofertas innecesarias nos conduce seguramente a la tristeza y a la insatisfacción.

Crear la pecera propia no es fácil, es un trabajo diario, una creación dinámica con muchas cosas al acecho que amenazan romperla. Pero de eso trata, de estar alerta, y de entender que con menos opciones es más fácil lograr ser lo que queramos ser, sin límites.

¿Estamos locos? Viviendo nuestras vidas a través de un lente. Atrapados en nuestro cerco de maderas blancas. Como adornos. Tan cómodos, viviendo en una burbuja, una burbuja. Tan cómodos, no podemos ver los problemas, los problemas. ¿No te sentís solo ahí arriba en Utopia?

Katy Perry




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